Capítulo 2: “El Apocalipsis Porteño”

 


 “Llegamos a Viña, pero Viña no vibra”

 

 Narrador (voz con tonito desconfiado, como curado que pisa barrio cuico por primera vez):

“Viña del Mar. Tierra de palmeras, sushi con nombres inventados, y completos que cuestan más que un arriendo en Yungay.
Pero algo no cuadraba.
Porque el bajón verdadero no se esconde… se celebra.
Y si el Cevasco estaba aquí, se estaba haciendo el weón.
Y eso no se perdona.”

1

 Ingreso a Viña – 09:09 a.m.

El Impala Cuántico cruzó la rotonda de entrada a Viña. Pasaron bajo un letrero que decía “Ciudad Jardín: Aquí no hay bajón, solo brunch” en letras doradas, flanqueado por estatuas de perros salchichas con lentes de sol.

Jack pegó la cara al vidrio.

—¡Esto parece como… si alguien hubiera lavado Valpo y lo planchara con perfume!

—Es artificial —dijo Sam—. Cada empanada aquí viene con WiFi.

Castiel miró el aire. Su ala izquierda temblaba.

—No es solo pretensión. Es energía distorsionada. El orden del bajón… está reprimido.

Dean mascó un mondadientes con rabia.

—Viña nunca me cayó bien. Aquí seguro le echan mostaza gourmet al completo.

El centro estaba... raro. Calles limpias. Demasiado limpias. Ni un papel, ni una palta pisada, ni un perro callejero comiendo churrasco a medio terminar.

Una señora los miró desde un balcón, con cara de haber nacido con juicio.

Dean frenó en seco.

—¿Alguien más siente que este lugar está censurando el hambre?

Jack bajó del auto y caminó hacia un puesto de completos.

Vacío.

El cartel decía “Completo Místico de Trufa con Reducción de Merkén”
Precio: $8.900
Incluye servilleta de lino y vaso de agua de vertiente.

Jack retrocedió con lágrimas en los ojos.

—Esto no es bajón… esto es una performance.

Sam se sentó en la vereda, sacó su Tarot de la Verdá. Las cartas no querían salir del mazo.

Castiel se acercó y puso una mano sobre la tierra.

—Está sellado. Hay una barrera de contención energética... como si alguien estuviera frenando la caña espiritual.

Dean pateó una palmera decorativa.

—Esto es lo peor que he visto desde que Lucifer intentó hacerse influencer.

El aire se onduló como sopaipilla en aceite nuevo. Una piscola apareció flotando sobre la vereda, girando lentamente en espiral. Del humo surgió él: el Profeta de las Piscolas, con bata de lino y una menta pegada en la frente.

—Cabros... llegaron. Pero llegaron tarde.

Dean lo agarró del brazo.

—¿Dónde está el Cevasco? ¡¿Dónde está el bajón real?!

El Profeta lo miró con dolor en la cara.

—Viña lo absorbió. Lo envolvió en pan sin alma. En mayo sin yema.
El Cevasco… fue reformateado.

Sam se arrodilló, devastado.

—No puede ser… ¿un completo convertido en brunch?

 

El Profeta apuntó al norte.

—Lo mantienen sellado en una feria gourmet falsa. Lo llaman “El Mercado Fusión”.
Pero ahí… en el fondo del galpón… está la última parrilla del bajón.
Aún no lo destruyen. Pero no falta mucho.

Castiel dio un paso atrás.

—Siento… ritmo. Grave. Pegajoso.
No es reguetón todavía, pero… se está gestando algo.

Jack asintió, bajito:

—Están cocinando una fonda falsa, ¿cierto?

Narrador (voz bajita desde el rincón de una piscola mal guardada):

“Y así, llegaron a Viña.
Pero no era un paraíso.
Era una trampa.
Y en el corazón del brunch…
El bajón aún resistía, con el último choripán encendido…”

2


Entrada al Mercado Fusión – Viña del Mar, 10:10 a.m.

Los Winchester bajaron por una calle peatonal adornada con banderines blancos, focos LED, y sillas recicladas que gritaban “hipster con presupuesto”.
Todo olía a pan amasado… pero sin corazón.

—Esto no me gusta —dijo Dean, frunciendo el ceño—. No hay fritura. Ni una.

Sam leyó un cartel de bienvenida:

“Bienvenido al Mercado Fusión
Un espacio limpio, saludable y libre de bajón.

Jack bajó la cabeza.

—¿Libre de bajón? ¿Eso no es ilegal?

Castiel pasó la mano por una planta en macetero de vidrio. La planta le susurró algo en esperanto, luego se marchitó.

—Esta tierra ha sido corrompida por quinoa oscura.

Dean alzó el puño con rabia.

—¡Lo sabía! ¡Esto es brunch infernal disfrazado de picá!”

 Stands extrañamente ordenados

Había puestos por todos lados. Cada uno más sospechoso que el anterior:

  • “Arepas con intención emocional”
  • “Wok Mapuche Fusionado con Sushi”
  • “Empanadas Keto sin masa ni intención”
  • “Choripanes de lenteja con alma de tofu”

Y todo... silencioso. Demasiado silencioso. Los clientes caminaban lento, como zombis cuicos. Nadie masticaba. Solo... asentían y pagaban con tarjetas contactless.

Sam se detuvo.
—Esto no es comida… es control.

Jack, con ojos vidriosos:
—¡Ese niño pidió una empanada… y le dieron un bowl de aire!

Castiel tembló.
—Alguien está drenando el bajón real. Siento como si me hubieran quitado el sabor a pebre en el alma.

Dean masculló:

—Esto lo hizo alguien con poder. Y cero cariño por el completo.

 

Desde el fondo del galpón principal se escuchó una voz suave, casi melosa:

—Paaaaaaasaaan por aquí buscando sabor...
Pero no entienden que el nuevo bajón... es light.

Lucifer.

Camisa floreada. Lentes de sol colgados al cuello. Un delantal que decía “Soy fuego, pero me controlo”.
Estaba friendo… algo. O al menos lo intentaba.
Una plancha caliente chispeaba bajo un sánguche vegano que no tenía ni pan.

Dean apretó los puños.

—No. No tú.

Lucifer levantó la vista, sonrió como vendedor de seguros astrales.

—¡Dean! ¡Sam! ¡Castiel, mi angelito preferido!
¡Y Jack, mi hijo favorito que no quiere serlo!
¿Vinieron por brunch?

Jack se escondió detrás de Sam.

Castiel cargó energía en la palma.

—¿Qué hiciste con el Cevasco?

Lucifer se limpió las manos con una servilleta de lino orgánico.

—¿El Cevasco? Ay... estaba pasado. Muy grasoso. Así que lo ayudé a evolucionar.
Ahora es una experiencia sensorial sustentable.

 

Dean se lanzó hacia él con la escopeta, apuntando entre los ojos.

—¡Devolvís el completo o te entierro esta longaniza en la frente!

Lucifer no se movió. Solo sonrió.

—No pueden pelear aquí, Dean. Están bajo contrato mágico.
Todos los clientes firmaron un “Pacto de Paz Paladar”.
Si levantas un dedo… la feria entera se reinicia. Y pierden el acceso al bajón.

Sam bajó el arma de su hermano.

—Dean… si esto es verdad, no podemos atacarlo.
Necesitamos pruebas. Una falla. Algo que rompa la fachada.

Lucifer los miró como quien invita a un asado vegano con jugo de apio.

—Disfruten su estadía. Pidan una sopa de aire con aliño minimalista.
Y recuerden: el bajón tradicional es opresión digestiva.
Aquí, se come con culpa.

 

Castiel tocó el suelo. Cerró los ojos.
Jack olfateó el aire. Sam activó su runa de detección de mentira culinaria.

Y ahí lo vieron.

En el fondo del Mercado, tras una cortina de lino...
Una parrilla apagada. Oxidada. Tapada con sábanas de hilo egipcio.

Pero debajo...
Olor a chorizo.
Vibración de mayo.
Ecos de pebre.
El Cevasco... aún vivía.

Sam se giró a Dean.

—No podemos atacar… pero podemos infiltrarnos.

Dean asintió.

—Vamos a sacar al Cevasco de aquí.
Aunque tengamos que romper cada empanada sin gluten del lugar.

Jack levantó su cuchillo de pan.

—¡Por el bajón!

Castiel puso cara de guerra.

—¡Y por la dignidad del ají chileno!

El grupo se alejó, silenciosamente, hacia la trastienda del mercado.

Lucifer los observó mientras limpiaba su plancha con toques de aceite esencial.

—Vengan, vengan.
Prueben mi sánguche espiritual.
A ver si pueden resistirse.

 

3

 Interior del Mercado Fusión – Trastienda prohibida

Los Winchester se escabulleron entre sacos de merkén gourmet y cajas de galletas sin gluten que crujían de lo tristes que eran.
Detrás del último stand de "Sushi con Espíritu Ancestral", hallaron una cortina negra de lino bordado con frases tipo “Comer consciente es el nuevo rezar”.

Dean la abrió de una patada.

—Pa’ comer con culpa ya tenemos la vida, CTM.

Adentro: oscuridad. Humedad.
Y al fondo…
Una parrilla.

No cualquier parrilla.
Una parrilla sagrada, oxidada, con forma de altar.
Estaba apagada, pero aún caliente.
Tenía una mancha de pebre que latía como corazón.

Sam se arrodilló.
—La estructura energética… es perfecta. Esta parrilla fue tocada por el Gato Profeta original.

Jack lloró un poco.
—Huele a bajón verdadero… con cebolla caramelizada.

Castiel miró con asombro.

—Esto es… el Núcleo del Cevasco.

Dean se acercó con reverencia.

—Ya, cabros. Encendámosla. Hay que despertar al bajón. ¡Hoy recuperamos la fonda!

 

Ritual para prender la parrilla

Sam sacó su libro de conjuros de picoteo.
Castiel trazó un círculo con ketchup en el suelo.
Jack ofreció su poncho para usarlo de mantel sagrado.
Dean desenfundó una vienesa ancestral con runas grabadas a punta de mondadientes.

—“¡Por la sagrada mayonesa, por la choripanesa bendita, por el pan con pebre de nuestros ancestros…!” —gritaron todos al unísono.

La parrilla vibró.

Una chispa.
Dos.
Fuego.

¡FOOOOM!
¡La parrilla sagrada se encendió!

Un aroma místico se expandió por la trastienda.

Y con él… también despertó algo más.

 

Aparece el Gato Profeta Corrupto

Un maullido grave.
Un viento helado.
Y de entre las sombras de la campana de cocina oxidada...
Saltó.

El Gato Profeta Corrupto.
Pelaje negro como conciencia de político.
Un ojo rojo.
Un collar de croquetas chamuscadas.
Y la cola formando un signo de interrogación invertido.

Se sentó en el centro del círculo de ketchup, elegante como gato de funeral.

—Miau… no sabís lo que acaban de hacer, cabros.

Dean apuntó de una.

—¡Tú otra vez! ¡Gato traicionero!

El gato ladeó la cabeza.

—Qué manera de despertar una parrilla maldita. Ni un “hola”, ni un pescadito, ni una caja pa’ dormir… Qué ordinarios.

Castiel lo miró con rabia angelical.

—Corrompiste el bajón. Convertiste Valpo en un carrete satánico. ¡Te vamos a sellar, bestia!

El gato se estiró. Se relamió. Miró a Dean con cara de “me importa una longaniza”.

—No vine a pelear. Vine a mirar.
Porque lo que ustedes encendieron… no es solo la parrilla del Cevasco.
Es el corazón del bajón cósmico.
Y ahora… lo van a tener que proteger.

 

El Mercado empieza a reaccionar

Se escucharon crujidos en las paredes.
Los foodtrucks empezaron a temblar.
Un wok vegano salió volando como disco de combate.
Una empanada sin relleno se incendió sola.

Jack gritó.

—¡¡Se viene la fonda, cabros!!

Lucifer apareció en la puerta, enojado y con delantal manchado.

—¡¿QUÉ HICIERON?! ¡MI BRUNCH! ¡MI COMIDA DE GALAXIA FIT!

Dean le apuntó con el mondadientes sagrado.

—Devolvenos el Cevasco, luciérnaga gourmet. El bajón… no se toca.

Lucifer frunció el ceño. Se le cayó un sánguche sin pan.

—¡Están jugando con fuegos mayores! ¡Ese bajón puede abrir portales incontrolables!

El Gato Corrupto sonrió.

—Exactamente. ¿Y qué creen que vine a mirar?

 

Se abre un portal en la parrilla

El fuego de la parrilla se tornó violeta.
Del centro emergió un vórtice hecho de pebre líquido y mayonesa ancestral.
Se escuchaban voces desde adentro.

“...con palta sí, pero sin tomate...” “...la piscola se sirve con hielo doble...” “...el choripán no se negocia...”

Sam se aferró al suelo.

—¡El núcleo del Cevasco está gritando! ¡Nos está llamando!

Castiel abrió sus alas.

—¡Tenemos que estabilizar el bajón o esto se va a la B!

Lucifer intentó detenerlos con una espátula mágica, pero Jack le lanzó un trozo de marraqueta con bendición. Le cayó en la frente y gritó:

—¡MI GLÚTEEEEEN!

 

Dean agarró una pala de parrilla ceremonial.
Se paró frente al portal.
Y gritó con fuerza:

—¡¡BAJÓN CÓSMICO, TE RECLAMAMOS!!
¡¡¡POR LOS COMPLETOS DE FERIA, POR LAS SOPAIPILLAS DE MADRUGADA, POR LA LONGANIZA MÍSTICA!!!

El fuego lo envolvió.
Pero no lo quemó.
Lo ungió.

 

Antes de que el caos se complete, el gato se paró.

—Esto... se va a poner bonito.
Ya les avisé.
Yo solo miro.
Cuando el ají se pudra... nos volvemos a ver.

Y desapareció por una grieta en el techo, dejando olor a croqueta rancia y advertencia.

 

Todo se oscurece

El portal se cierra.
La parrilla se apaga.
Lucifer desaparece en una nube de merkén.

Los Winchester quedan solos.
El Cevasco… aún no ha vuelto.

Pero ahora saben cómo hacerlo.

 

4

Los Winchester salieron del Mercado Fusión como si hubieran escapado de una intervención familiar organizada por veganos. El aire afuera olía a pasto mojado, marihuana cuica y culpa culinaria.

Dean se detuvo.

—Ya. Tenemos que encontrar a la Tía del Carrito Celestial. ¿Alguien sabe dónde chucha empieza uno a buscar a una tía mágica que hace completos con poder curativo?

Castiel alzó la mano.

—Según el Profeta de las Piscolas, hay una red secreta de botillerías que forman una constelación en el plano astral etílico.

Sam arqueó la ceja.

—¿Una constelación?

—Sí —dijo Castiel—. La llaman: "El Cucharón Sagrado".

Jack sacó una piscola de su mochila. Tenía una etiqueta escrita con marcador que decía “No abrir si andai manejando karma”.

Dean la miró con respeto.

—Esta piscola viene de la Dimensión Cañera del Gato Profeta... nos puede decir dónde ir.

La abrieron.

Del vaso salió un holograma de una señora girando lentamente sobre un carrito con luces de neón, rodeada de completo flotantes y palta en 4K.

“Si a la Tía querís encontrar,
tres piscolas debís preparar.
Una con hielos del Cerro Resaca,
otra con limón del Limbo Cañero,
y la última... con pisco sacado de la botella viviente.”

El holograma estalló en espuma.

Dean lo resumió:

—O sea, tenemos que hacer un tour por lo más flaite del mundo espiritual.

Castiel asintió.

—Vamos a necesitar un vaso que aguante la verdad.

 

Subieron al Cerro Resaca, donde las escaleras se desarmaban si no ibas con bajón.

Allí, encontraron al Monje del Frigorífico Eterno, un viejo con barba hecha de migas de pan.

—¿Venís por el hielo? —dijo, mascando un completo congelado.

—Sí —dijo Sam.

—Tenís que resolver el acertijo... ¿Qué baja la caña, sube el ánimo, y se sirve en vaso plástico robado de una fonda?

Dean contestó sin pensar:

—¡La piscola, poh!

El monje asintió, les pasó un cubo de hielo que brillaba como billetera antes de fin de mes.

 

Tuvieron que cruzar una micro abandonada que solo aparece si estás medio curado y medio despierto.

Dentro, un chofer espectral les dijo:

—A cambio del limón místico, deben escuchar la historia de mi peor caña sin interrumpir.

Tres horas después, salieron con los ojos llorosos, con el limón y trauma ajeno.

Jack susurró:

—No sabía que se podía vomitar por los poros.

 

Llegaron a una botillería sin nombre. Afuera decía: “Si no sabís qué querís, no entrís.

Adentro, una señora con cara de no tener paciencia los miró de arriba abajo.

—¿Buscan pisco? ¿De qué rango? ¿Místico? ¿Espiritual? ¿Pisco que canta boleros?

—El que canta boleros —dijo Castiel.

Ella abrió una caja sellada con servilletas pegadas con lágrimas.
Adentro: una botella con ojos y bigote. Les habló con voz de José Alfredo Fuentes.

—“Pa’ que me tomí, tenís que bailarme un pasito del gigante con fe.”

Dean, sin decir nada, se paró sobre una mesa y lo hizo. Lo hizo bien.
La botella vibró, se abrió, y empezó a cantar:

“Esa piscoliiiiiitaaaaaa… que me cura el corazooooón…”

Pisco obtenido.

 

En la cima de un paradero, bajo una luna con forma de empanada, mezclaron los ingredientes:

  • Hielo del Cerro Resaca
  • Limón del Limbo Cañero
  • Pisco cantor
  • Bebida de feria con gas emocional

Dean sirvió la piscola. Era perfecta.
Ni muy dulce, ni muy fuerte. Con ese olor que te hace recordar tus errores con cariño.

La tierra tembló.
El aire se abrió.

Una voz suave, poderosa, con acento de señora que sabe cuándo hay feria:

¿Quién osa servirme una piscola decente en este plano de mierda?

Del cielo bajó una luz. Y dentro de ella…

 

 La Tía del Carrito Celestial

Con delantal sagrado.
Con peineta mística.
Con carrito hecho de metales cósmicos reciclados del Metro Baquedano.

—Chiquillos.
¿Quién me andaba buscando?

Dean cayó de rodillas.

—Tía… tenemos hambre. Pero de la verdadera.

Ella sonrió.

—Entonces prepárense.
Porque vamos a recuperar el Cevasco.

Y sacó una vienesa que brillaba en dorado.

 

5

 En la cima del paradero sagrado, bajo la luna empanada

La Tía del Carrito Celestial los miraba desde su trono de ruedas, iluminada por el brillo suave de una parrilla sin gas que igual seguía caliente. Sus ojos tenían la profundidad de alguien que ha hecho completos con pan frío y no se ha rendido.

Sacó una servilleta mágica. La desenrolló lentamente sobre el carrito. Estaba escrita con mostaza sagrada y ketchup ritual.

—Este es... el mapa del bajón original —dijo la Tía—. El Cevasco no es solo un carrito, cabros. Es el Corazón del Bajón Cósmico™. Un punto de equilibrio en la galaxia. Si se cae… todo se va a la B.

Dean se sobó la cara.

—¿Y por qué nadie lo cuidaba?

—Porque la gente se olvidó del hambre real, po mijo. Cambiaron el pebre por salsas de mango. El pan por lechuga. ¡Y la longaniza por quinoa!

Jack temblaba.

—Eso es... tan triste que me da sed.

La Tía le pasó una piscola.
—Toma, pero con respeto. Esta viene de Limache, fermentada con lágrimas de cabros que perdieron el bajón.

La Tía desenrolló otra servilleta.

—Al principio, el universo estaba en silencio.
Sin sabor.
Sin mayo.
Sin bajón.

Entonces, un ancestro conocido como El Primer Maestro Parrillero, encendió la Parrilla Primordial, y con eso… nació el bajón.

El Cevasco surgió como su descendencia directa, viajando entre realidades, dándole bajón a quien tuviera alma y hambre.

—Pero alguien quiso corromperlo —continuó la Tía—. El Gato Profeta...
Ese gato era puro, sí. Sabio.
Hasta que probó un completo sin ají…
Y se quebró por dentro.

Castiel murmuró:

—Así cayó… en la oscuridad.

—Pero hay uno que puede detenerlo —dijo la Tía, con voz solemne—.
Uno que huele el bajón antes de que nazca.
Uno que trae el fuego puro, el gas bendito, y la colita más sagrada de Chile:

El Perro de Lipigas.

Dean se quedó tieso.

—¿El perro que tiró fuego y salvó a Jack?

—El mismo. Ese perro no es cualquier mascota de campaña, papito.
Es un Guardián Antiguo. Una de las Cuatro Bestias del Bajón Eterno.

Jack se quedó boquiabierto.

—¿Y dónde está ahora?

La Tía sirvió otra piscola, esta vez con hielo de Limbo Cañero.

—Él vendrá... cuando la piscola justa sea servida.
Y cuando el bajón esté por desaparecer del todo.

 

Una moto eléctrica cruzó el aire. Hizo un giro ridículamente perfecto, y se estacionó con una canción de Don Omar instrumental de fondo.

Lucifer bajó con delantal nuevo.

—¡Holaaaa, familia! ¿Quién quiere una Salchipapá del Más Allá?
Receta original con salchichas sin pecado y papas fritas que no engordan (porque no existen).

Dean lo miró como si se hubiera orinado en la parrilla.

—¿Ahora vendís salchipapas?

Lucifer guiñó un ojo.

—El brunch pasó de moda. Ahora soy… Street Food Satanás.

Sam cruzó los brazos.

—¿Y qué querís?

Lucifer extendió una cajita blanca con letras doradas:
“Prueba la Salchipapá Maldita: Cada bocado borra un recuerdo feliz”.

—Quiero ver si siguen dispuestos a pelear… cuando ya no recuerden lo que es comerse un completo a las 4 de la mañana sin polera y con vergüenza.

Castiel extendió el ala.

—¡Ni cagando!

La Tía se puso de pie. Su carrito crujió como trueno andino.

—Aquí no se borra ni el pebre ni la memoria, CTM.
Y si querís guerra, luciérnaga culinaria…
¡Te vamos a dar fonda!

Lucifer sonrió, dio un paso atrás.

—Hasta pronto, cabros. El Gato ya se mueve.
Y ni su piscola va a saber lo que le espera.

Se subió a su moto y desapareció en una nube de ketchup negro.

—Preparen su estómago, cabros. Porque si el Perro no llega a tiempo…
Van a tener que hacer frente ustedes.

Sacó una vienesa reluciente.

—Y pa’ eso, hay que entrenar el alma…
¡Con bajón de verdad!

 

6

La noche ya había caído como frazada de feria. El grupo estaba reunido junto a la Tía, rodeados de una parrilla humeante, faroles con forma de empanada, y un brasero que crepitaba con carbón bendecido por don Lucho, guardián del fuego eterno de Recoleta.

La Tía sirvió cuatro vasos.

Eran distintos a todo lo que habían visto.

  • El hielo flotaba en zigzag.
  • La bebida chispeaba con voz propia.
  • El pisco brillaba como conciencia después de terapia.
  • Y el vaso… estaba hecho de recuerdos de fondas pasadas.

—Esta es la Piscola de la Verdad, chiquillos —dijo la Tía, mirando con ternura y respeto.

Dean la observó como si fuera dinamita emocional.

—¿Y qué pasa si la tomai?

—Ves lo que de verdad tenís adentro.
Sin filtro. Sin mentiras.
Sin mayonesa pa' tapar la pena.

Jack se abrazó a sí mismo.

—Estoy nervioso.

Castiel ya tenía el vaso en la mano.

—Yo nací sin filtro.

Sam lo pensó más.
Dean lo agarró y dijo:

—Si hay que tomársela… nos la tomamos todos.

Y lo hicieron. Uno a uno.
El primer sorbo.
Y la verdad... estalló.

Dean apareció frente a sí mismo… pero más viejo.
Tenía una fonda propia, una parrilla con nombre: “El Bajón de Dean”.
Y sonreía.
Siempre pensaste que eras solo un cazador. Pero en el fondo… solo querías quedarte. Asar. Cuidar.
Dean dejó caer una lágrima. No supo si era de emoción o de ají.

 Sam se vio leyendo bajo una carpa de completo. A su alrededor, cabros curados anotaban recetas sagradas mientras él recitaba el Libro del Choripán Cuántico.
Siempre fuiste el sabio. Pero el bajón también necesita líderes… no solo cerebros.

 Castiel vio su reflejo en una piscola. Se convertía en mesero celestial, sirviendo tragos que revelaban verdades.
No solo eres un guerrero. Eres quien trae claridad a la caña existencial.
El hielo le habló en enoquiano. Castiel sonrió.

 Jack se vio abrazando una sopaipilla gigante que lloraba de felicidad.
Tu pureza no está en no fallar, sino en tener hambre de bondad.
La sopaipilla le dijo: “Yo creo en ti, mijito.”

La Tía observó en silencio. Luego habló:

—Ya están listos.

Dean respiró hondo.

—¿Listos pa’ qué?

—Pa’ recuperar el Cevasco, po’ hueón.
El Gato Corrupto ya sabe que encendieron la parrilla.
Lucifer ya activó sus salchipapas del juicio final.
Pero ustedes… ustedes tienen lo más poderoso de todo:

Saben lo que llevan adentro.
Y tienen bajón verdadero.

La Tía les dio una caja envuelta en servilletas con símbolos antiguos.

—Aquí está la Mechada de la Última Esperanza. Usenla bien.
Y si se sienten perdidos… tómense otra piscola. Pero no de estas.
De las normales.
Con hielo, con cariño y con caña compartida.

El grupo caminó en silencio por los cerros de Viña, mientras el cielo se teñía de rojo como sopaipilla recién frita.

La parrilla mística brillaba desde lejos.

Y el Cevasco...
El verdadero Cevasco...
Esperaba ser liberado.

 

 Narrador (muy lejano, como despertando con caña):

“La fonda está lista.
La guerra se viene.
Y cuando el bajón habla...
No hay demonio que no se cague de miedo.”

 

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