Capítulo 2: “El Apocalipsis Porteño”
“Llegamos a
Viña, pero Viña no vibra”
Narrador (voz con tonito desconfiado, como
curado que pisa barrio cuico por primera vez):
“Viña del
Mar. Tierra de palmeras, sushi con nombres inventados, y completos que cuestan
más que un arriendo en Yungay.
Pero algo no cuadraba.
Porque el bajón verdadero no se esconde… se celebra.
Y si el Cevasco estaba aquí, se estaba haciendo el weón.
Y eso no se perdona.”
1
Ingreso a Viña – 09:09 a.m.
El Impala
Cuántico cruzó la rotonda de entrada a Viña. Pasaron bajo un letrero que decía
“Ciudad Jardín: Aquí no hay bajón, solo brunch” en letras doradas,
flanqueado por estatuas de perros salchichas con lentes de sol.
Jack pegó
la cara al vidrio.
—¡Esto
parece como… si alguien hubiera lavado Valpo y lo planchara con perfume!
—Es
artificial —dijo Sam—. Cada empanada aquí viene con WiFi.
Castiel
miró el aire. Su ala izquierda temblaba.
—No es
solo pretensión. Es energía distorsionada. El orden del bajón… está reprimido.
Dean
mascó un mondadientes con rabia.
—Viña
nunca me cayó bien. Aquí seguro le echan mostaza gourmet al completo.
El centro
estaba... raro. Calles limpias. Demasiado limpias. Ni un papel, ni una palta
pisada, ni un perro callejero comiendo churrasco a medio terminar.
Una
señora los miró desde un balcón, con cara de haber nacido con juicio.
Dean
frenó en seco.
—¿Alguien
más siente que este lugar está censurando el hambre?
Jack bajó
del auto y caminó hacia un puesto de completos.
Vacío.
El cartel
decía “Completo Místico de Trufa con Reducción de Merkén”
Precio: $8.900
Incluye servilleta de lino y vaso de agua de vertiente.
Jack
retrocedió con lágrimas en los ojos.
—Esto no
es bajón… esto es una performance.
Sam se
sentó en la vereda, sacó su Tarot de la Verdá. Las cartas no querían salir del
mazo.
Castiel
se acercó y puso una mano sobre la tierra.
—Está
sellado. Hay una barrera de contención energética... como si alguien estuviera
frenando la caña espiritual.
Dean
pateó una palmera decorativa.
—Esto es
lo peor que he visto desde que Lucifer intentó hacerse influencer.
El aire
se onduló como sopaipilla en aceite nuevo. Una piscola apareció flotando sobre
la vereda, girando lentamente en espiral. Del humo surgió él: el Profeta de
las Piscolas, con bata de lino y una menta pegada en la frente.
—Cabros...
llegaron. Pero llegaron tarde.
Dean lo
agarró del brazo.
—¿Dónde
está el Cevasco? ¡¿Dónde está el bajón real?!
El
Profeta lo miró con dolor en la cara.
—Viña lo
absorbió. Lo envolvió en pan sin alma. En mayo sin yema.
El Cevasco… fue reformateado.
Sam se
arrodilló, devastado.
—No puede
ser… ¿un completo convertido en brunch?
El
Profeta apuntó al norte.
—Lo
mantienen sellado en una feria gourmet falsa. Lo llaman “El Mercado Fusión”.
Pero ahí… en el fondo del galpón… está la última parrilla del bajón.
Aún no lo destruyen. Pero no falta mucho.
Castiel
dio un paso atrás.
—Siento…
ritmo. Grave. Pegajoso.
No es reguetón todavía, pero… se está gestando algo.
Jack
asintió, bajito:
—Están
cocinando una fonda falsa, ¿cierto?
—
Narrador
(voz bajita desde el rincón de una piscola mal guardada):
“Y así, llegaron
a Viña.
Pero no era un paraíso.
Era una trampa.
Y en el corazón del brunch…
El bajón aún resistía, con el último choripán encendido…”
2
Entrada al Mercado Fusión – Viña del Mar, 10:10 a.m.
Los
Winchester bajaron por una calle peatonal adornada con banderines blancos,
focos LED, y sillas recicladas que gritaban “hipster con presupuesto”.
Todo olía a pan amasado… pero sin corazón.
—Esto no
me gusta —dijo Dean, frunciendo el ceño—. No hay fritura. Ni una.
Sam leyó
un cartel de bienvenida:
“Bienvenido
al Mercado Fusión
Un espacio limpio, saludable y libre de bajón.”
Jack bajó
la cabeza.
—¿Libre
de bajón? ¿Eso no es ilegal?
Castiel
pasó la mano por una planta en macetero de vidrio. La planta le susurró algo en
esperanto, luego se marchitó.
—Esta
tierra ha sido corrompida por quinoa oscura.
Dean alzó
el puño con rabia.
—¡Lo
sabía! ¡Esto es brunch infernal disfrazado de picá!”
—
Stands extrañamente ordenados
Había
puestos por todos lados. Cada uno más sospechoso que el anterior:
- “Arepas con intención
emocional”
- “Wok Mapuche Fusionado con
Sushi”
- “Empanadas Keto sin masa ni
intención”
- “Choripanes de lenteja con
alma de tofu”
Y todo...
silencioso. Demasiado silencioso. Los clientes caminaban lento, como zombis
cuicos. Nadie masticaba. Solo... asentían y pagaban con tarjetas contactless.
Sam se
detuvo.
—Esto no es comida… es control.
Jack, con
ojos vidriosos:
—¡Ese niño pidió una empanada… y le dieron un bowl de aire!
Castiel
tembló.
—Alguien está drenando el bajón real. Siento como si me hubieran quitado el
sabor a pebre en el alma.
Dean
masculló:
—Esto lo
hizo alguien con poder. Y cero cariño por el completo.
Desde el
fondo del galpón principal se escuchó una voz suave, casi melosa:
—Paaaaaaasaaan
por aquí buscando sabor...
Pero no entienden que el nuevo bajón... es light.
Lucifer.
Camisa
floreada. Lentes de sol colgados al cuello. Un delantal que decía “Soy fuego,
pero me controlo”.
Estaba friendo… algo. O al menos lo intentaba.
Una plancha caliente chispeaba bajo un sánguche vegano que no tenía ni pan.
Dean
apretó los puños.
—No. No
tú.
Lucifer
levantó la vista, sonrió como vendedor de seguros astrales.
—¡Dean!
¡Sam! ¡Castiel, mi angelito preferido!
¡Y Jack, mi hijo favorito que no quiere serlo!
¿Vinieron por brunch?
Jack se
escondió detrás de Sam.
Castiel
cargó energía en la palma.
—¿Qué
hiciste con el Cevasco?
Lucifer
se limpió las manos con una servilleta de lino orgánico.
—¿El
Cevasco? Ay... estaba pasado. Muy grasoso. Así que lo ayudé a evolucionar.
Ahora es una experiencia sensorial sustentable.
Dean se
lanzó hacia él con la escopeta, apuntando entre los ojos.
—¡Devolvís
el completo o te entierro esta longaniza en la frente!
Lucifer
no se movió. Solo sonrió.
—No
pueden pelear aquí, Dean. Están bajo contrato mágico.
Todos los clientes firmaron un “Pacto de Paz Paladar”.
Si levantas un dedo… la feria entera se reinicia. Y pierden el acceso al bajón.
Sam bajó
el arma de su hermano.
—Dean… si
esto es verdad, no podemos atacarlo.
Necesitamos pruebas. Una falla. Algo que rompa la fachada.
Lucifer
los miró como quien invita a un asado vegano con jugo de apio.
—Disfruten
su estadía. Pidan una sopa de aire con aliño minimalista.
Y recuerden: el bajón tradicional es opresión digestiva.
Aquí, se come con culpa.
Castiel
tocó el suelo. Cerró los ojos.
Jack olfateó el aire. Sam activó su runa de detección de mentira culinaria.
Y ahí lo
vieron.
En el
fondo del Mercado, tras una cortina de lino...
Una parrilla apagada. Oxidada. Tapada con sábanas de hilo egipcio.
Pero
debajo...
Olor a chorizo.
Vibración de mayo.
Ecos de pebre.
El Cevasco... aún vivía.
Sam se
giró a Dean.
—No
podemos atacar… pero podemos infiltrarnos.
Dean
asintió.
—Vamos a
sacar al Cevasco de aquí.
Aunque tengamos que romper cada empanada sin gluten del lugar.
Jack
levantó su cuchillo de pan.
—¡Por el
bajón!
Castiel
puso cara de guerra.
—¡Y por
la dignidad del ají chileno!
El grupo
se alejó, silenciosamente, hacia la trastienda del mercado.
Lucifer
los observó mientras limpiaba su plancha con toques de aceite esencial.
—Vengan,
vengan.
Prueben mi sánguche espiritual.
A ver si pueden resistirse.
3
Interior del Mercado Fusión – Trastienda
prohibida
Los
Winchester se escabulleron entre sacos de merkén gourmet y cajas de galletas
sin gluten que crujían de lo tristes que eran.
Detrás del último stand de "Sushi con Espíritu Ancestral", hallaron
una cortina negra de lino bordado con frases tipo “Comer consciente es el nuevo
rezar”.
Dean la
abrió de una patada.
—Pa’
comer con culpa ya tenemos la vida, CTM.
Adentro:
oscuridad. Humedad.
Y al fondo…
Una parrilla.
No
cualquier parrilla.
Una parrilla sagrada, oxidada, con forma de altar.
Estaba apagada, pero aún caliente.
Tenía una mancha de pebre que latía como corazón.
Sam se
arrodilló.
—La estructura energética… es perfecta. Esta parrilla fue tocada por el Gato
Profeta original.
Jack
lloró un poco.
—Huele a bajón verdadero… con cebolla caramelizada.
Castiel
miró con asombro.
—Esto es…
el Núcleo del Cevasco.
Dean se
acercó con reverencia.
—Ya,
cabros. Encendámosla. Hay que despertar al bajón. ¡Hoy recuperamos la fonda!
Ritual
para prender la parrilla
Sam sacó
su libro de conjuros de picoteo.
Castiel trazó un círculo con ketchup en el suelo.
Jack ofreció su poncho para usarlo de mantel sagrado.
Dean desenfundó una vienesa ancestral con runas grabadas a punta de mondadientes.
—“¡Por la
sagrada mayonesa, por la choripanesa bendita, por el pan con pebre de nuestros
ancestros…!” —gritaron todos al unísono.
La
parrilla vibró.
Una
chispa.
Dos.
Fuego.
¡FOOOOM!
¡La parrilla sagrada se encendió!
Un aroma
místico se expandió por la trastienda.
Y con él…
también despertó algo más.
Aparece
el Gato Profeta Corrupto
Un
maullido grave.
Un viento helado.
Y de entre las sombras de la campana de cocina oxidada...
Saltó.
El Gato
Profeta Corrupto.
Pelaje negro como conciencia de político.
Un ojo rojo.
Un collar de croquetas chamuscadas.
Y la cola formando un signo de interrogación invertido.
Se sentó
en el centro del círculo de ketchup, elegante como gato de funeral.
—Miau… no
sabís lo que acaban de hacer, cabros.
Dean
apuntó de una.
—¡Tú otra
vez! ¡Gato traicionero!
El gato
ladeó la cabeza.
—Qué
manera de despertar una parrilla maldita. Ni un “hola”, ni un pescadito, ni una
caja pa’ dormir… Qué ordinarios.
Castiel
lo miró con rabia angelical.
—Corrompiste
el bajón. Convertiste Valpo en un carrete satánico. ¡Te vamos a sellar, bestia!
El gato
se estiró. Se relamió. Miró a Dean con cara de “me importa una longaniza”.
—No vine
a pelear. Vine a mirar.
Porque lo que ustedes encendieron… no es solo la parrilla del Cevasco.
Es el corazón del bajón cósmico.
Y ahora… lo van a tener que proteger.
El
Mercado empieza a reaccionar
Se
escucharon crujidos en las paredes.
Los foodtrucks empezaron a temblar.
Un wok vegano salió volando como disco de combate.
Una empanada sin relleno se incendió sola.
Jack
gritó.
—¡¡Se
viene la fonda, cabros!!
Lucifer
apareció en la puerta, enojado y con delantal manchado.
—¡¿QUÉ
HICIERON?! ¡MI BRUNCH! ¡MI COMIDA DE GALAXIA FIT!
Dean le
apuntó con el mondadientes sagrado.
—Devolvenos
el Cevasco, luciérnaga gourmet. El bajón… no se toca.
Lucifer
frunció el ceño. Se le cayó un sánguche sin pan.
—¡Están
jugando con fuegos mayores! ¡Ese bajón puede abrir portales incontrolables!
El Gato
Corrupto sonrió.
—Exactamente.
¿Y qué creen que vine a mirar?
Se abre
un portal en la parrilla
El fuego
de la parrilla se tornó violeta.
Del centro emergió un vórtice hecho de pebre líquido y mayonesa ancestral.
Se escuchaban voces desde adentro.
“...con
palta sí, pero sin tomate...” “...la piscola se sirve con hielo doble...”
“...el choripán no se negocia...”
Sam se
aferró al suelo.
—¡El
núcleo del Cevasco está gritando! ¡Nos está llamando!
Castiel
abrió sus alas.
—¡Tenemos
que estabilizar el bajón o esto se va a la B!
Lucifer
intentó detenerlos con una espátula mágica, pero Jack le lanzó un trozo de
marraqueta con bendición. Le cayó en la frente y gritó:
—¡MI
GLÚTEEEEEN!
Dean
agarró una pala de parrilla ceremonial.
Se paró frente al portal.
Y gritó con fuerza:
—¡¡BAJÓN
CÓSMICO, TE RECLAMAMOS!!
¡¡¡POR LOS COMPLETOS DE FERIA, POR LAS SOPAIPILLAS DE MADRUGADA, POR LA
LONGANIZA MÍSTICA!!!
El fuego
lo envolvió.
Pero no lo quemó.
Lo ungió.
Antes de
que el caos se complete, el gato se paró.
—Esto...
se va a poner bonito.
Ya les avisé.
Yo solo miro.
Cuando el ají se pudra... nos volvemos a ver.
Y
desapareció por una grieta en el techo, dejando olor a croqueta rancia y
advertencia.
Todo se
oscurece
El portal
se cierra.
La parrilla se apaga.
Lucifer desaparece en una nube de merkén.
Los
Winchester quedan solos.
El Cevasco… aún no ha vuelto.
Pero
ahora saben cómo hacerlo.
4
Los
Winchester salieron del Mercado Fusión como si hubieran escapado de una
intervención familiar organizada por veganos. El aire afuera olía a pasto
mojado, marihuana cuica y culpa culinaria.
Dean se
detuvo.
—Ya.
Tenemos que encontrar a la Tía del Carrito Celestial. ¿Alguien sabe dónde
chucha empieza uno a buscar a una tía mágica que hace completos con poder
curativo?
Castiel
alzó la mano.
—Según el
Profeta de las Piscolas, hay una red secreta de botillerías que forman una
constelación en el plano astral etílico.
Sam
arqueó la ceja.
—¿Una
constelación?
—Sí —dijo
Castiel—. La llaman: "El Cucharón Sagrado".
Jack sacó
una piscola de su mochila. Tenía una etiqueta escrita con marcador que decía “No
abrir si andai manejando karma”.
Dean la
miró con respeto.
—Esta
piscola viene de la Dimensión Cañera del Gato Profeta... nos puede decir dónde
ir.
La
abrieron.
Del vaso
salió un holograma de una señora girando lentamente sobre un carrito con
luces de neón, rodeada de completo flotantes y palta en 4K.
“Si a la
Tía querís encontrar,
tres piscolas debís preparar.
Una con hielos del Cerro Resaca,
otra con limón del Limbo Cañero,
y la última... con pisco sacado de la botella viviente.”
El
holograma estalló en espuma.
Dean lo
resumió:
—O sea,
tenemos que hacer un tour por lo más flaite del mundo espiritual.
Castiel
asintió.
—Vamos a
necesitar un vaso que aguante la verdad.
Subieron
al Cerro Resaca, donde las escaleras se desarmaban si no ibas con bajón.
Allí,
encontraron al Monje del Frigorífico Eterno, un viejo con barba hecha de
migas de pan.
—¿Venís
por el hielo? —dijo, mascando un completo congelado.
—Sí —dijo
Sam.
—Tenís
que resolver el acertijo... ¿Qué baja la caña, sube el ánimo, y se sirve en
vaso plástico robado de una fonda?
Dean
contestó sin pensar:
—¡La
piscola, poh!
El monje
asintió, les pasó un cubo de hielo que brillaba como billetera antes de fin de
mes.
Tuvieron
que cruzar una micro abandonada que solo aparece si estás medio curado y medio
despierto.
Dentro,
un chofer espectral les dijo:
—A cambio
del limón místico, deben escuchar la historia de mi peor caña sin interrumpir.
Tres
horas después,
salieron con los ojos llorosos, con el limón y trauma ajeno.
Jack
susurró:
—No sabía
que se podía vomitar por los poros.
Llegaron
a una botillería sin nombre. Afuera decía: “Si no sabís qué querís, no
entrís.”
Adentro,
una señora con cara de no tener paciencia los miró de arriba abajo.
—¿Buscan
pisco? ¿De qué rango? ¿Místico? ¿Espiritual? ¿Pisco que canta boleros?
—El que
canta boleros —dijo Castiel.
Ella
abrió una caja sellada con servilletas pegadas con lágrimas.
Adentro: una botella con ojos y bigote. Les habló con voz de José Alfredo
Fuentes.
—“Pa’ que
me tomí, tenís que bailarme un pasito del gigante con fe.”
Dean, sin
decir nada, se paró sobre una mesa y lo hizo. Lo hizo bien.
La botella vibró, se abrió, y empezó a cantar:
“Esa
piscoliiiiiitaaaaaa… que me cura el corazooooón…”
Pisco
obtenido.
En la
cima de un paradero, bajo una luna con forma de empanada, mezclaron los
ingredientes:
- Hielo del Cerro Resaca
- Limón del Limbo Cañero
- Pisco cantor
- Bebida de feria con gas
emocional
Dean
sirvió la piscola. Era perfecta.
Ni muy dulce, ni muy fuerte. Con ese olor que te hace recordar tus errores con
cariño.
La tierra
tembló.
El aire se abrió.
Una voz
suave, poderosa, con acento de señora que sabe cuándo hay feria:
—¿Quién
osa servirme una piscola decente en este plano de mierda?
Del cielo
bajó una luz. Y dentro de ella…
La Tía del Carrito Celestial
Con
delantal sagrado.
Con peineta mística.
Con carrito hecho de metales cósmicos reciclados del Metro Baquedano.
—Chiquillos.
¿Quién me andaba buscando?
Dean cayó
de rodillas.
—Tía…
tenemos hambre. Pero de la verdadera.
Ella
sonrió.
—Entonces
prepárense.
Porque vamos a recuperar el Cevasco.
Y sacó
una vienesa que brillaba en dorado.
5
En la cima del paradero sagrado, bajo la
luna empanada
La Tía del
Carrito Celestial los miraba desde su trono de ruedas, iluminada por el brillo
suave de una parrilla sin gas que igual seguía caliente. Sus ojos tenían la
profundidad de alguien que ha hecho completos con pan frío y no se ha rendido.
Sacó una
servilleta mágica. La desenrolló lentamente sobre el carrito. Estaba escrita
con mostaza sagrada y ketchup ritual.
—Este
es... el mapa del bajón original —dijo la Tía—. El Cevasco no es solo un
carrito, cabros. Es el Corazón del Bajón Cósmico™. Un punto de equilibrio
en la galaxia. Si se cae… todo se va a la B.
Dean se
sobó la cara.
—¿Y por
qué nadie lo cuidaba?
—Porque
la gente se olvidó del hambre real, po mijo. Cambiaron el pebre por salsas de
mango. El pan por lechuga. ¡Y la longaniza por quinoa!
Jack
temblaba.
—Eso
es... tan triste que me da sed.
La Tía le
pasó una piscola.
—Toma, pero con respeto. Esta viene de Limache, fermentada con lágrimas de
cabros que perdieron el bajón.
La Tía
desenrolló otra servilleta.
—Al principio,
el universo estaba en silencio.
Sin sabor.
Sin mayo.
Sin bajón.
Entonces,
un ancestro conocido como El Primer Maestro Parrillero, encendió la Parrilla
Primordial, y con eso… nació el bajón.
El
Cevasco surgió como su descendencia directa, viajando entre realidades, dándole
bajón a quien tuviera alma y hambre.
—Pero
alguien quiso corromperlo —continuó la Tía—. El Gato Profeta...
Ese gato era puro, sí. Sabio.
Hasta que probó un completo sin ají…
Y se quebró por dentro.
Castiel
murmuró:
—Así
cayó… en la oscuridad.
—Pero hay
uno que puede detenerlo —dijo la Tía, con voz solemne—.
Uno que huele el bajón antes de que nazca.
Uno que trae el fuego puro, el gas bendito, y la colita más sagrada de Chile:
El Perro
de Lipigas.
Dean se
quedó tieso.
—¿El
perro que tiró fuego y salvó a Jack?
—El
mismo. Ese perro no es cualquier mascota de campaña, papito.
Es un Guardián Antiguo. Una de las Cuatro Bestias del Bajón Eterno.
Jack se
quedó boquiabierto.
—¿Y dónde
está ahora?
La Tía
sirvió otra piscola, esta vez con hielo de Limbo Cañero.
—Él
vendrá... cuando la piscola justa sea servida.
Y cuando el bajón esté por desaparecer del todo.
Una moto
eléctrica cruzó el aire. Hizo un giro ridículamente perfecto, y se estacionó
con una canción de Don Omar instrumental de fondo.
Lucifer
bajó con delantal nuevo.
—¡Holaaaa,
familia! ¿Quién quiere una Salchipapá del Más Allá?
Receta original con salchichas sin pecado y papas fritas que no engordan
(porque no existen).
Dean lo
miró como si se hubiera orinado en la parrilla.
—¿Ahora
vendís salchipapas?
Lucifer
guiñó un ojo.
—El
brunch pasó de moda. Ahora soy… Street Food Satanás.
Sam cruzó
los brazos.
—¿Y qué
querís?
Lucifer extendió
una cajita blanca con letras doradas:
“Prueba la Salchipapá Maldita: Cada bocado borra un recuerdo feliz”.
—Quiero
ver si siguen dispuestos a pelear… cuando ya no recuerden lo que es comerse un
completo a las 4 de la mañana sin polera y con vergüenza.
Castiel
extendió el ala.
—¡Ni
cagando!
La Tía se
puso de pie. Su carrito crujió como trueno andino.
—Aquí no
se borra ni el pebre ni la memoria, CTM.
Y si querís guerra, luciérnaga culinaria…
¡Te vamos a dar fonda!
Lucifer sonrió,
dio un paso atrás.
—Hasta pronto,
cabros. El Gato ya se mueve.
Y ni su piscola va a saber lo que le espera.
Se subió
a su moto y desapareció en una nube de ketchup negro.
—Preparen
su estómago, cabros. Porque si el Perro no llega a tiempo…
Van a tener que hacer frente ustedes.
Sacó una
vienesa reluciente.
—Y pa’
eso, hay que entrenar el alma…
¡Con bajón de verdad!
6
La noche
ya había caído como frazada de feria. El grupo estaba reunido junto a la Tía,
rodeados de una parrilla humeante, faroles con forma de empanada, y un brasero
que crepitaba con carbón bendecido por don Lucho, guardián del fuego eterno de
Recoleta.
La Tía
sirvió cuatro vasos.
Eran
distintos a todo lo que habían visto.
- El hielo flotaba en zigzag.
- La bebida chispeaba con voz
propia.
- El pisco brillaba como
conciencia después de terapia.
- Y el vaso… estaba hecho de
recuerdos de fondas pasadas.
—Esta es
la Piscola de la Verdad, chiquillos —dijo la Tía, mirando con ternura y
respeto.
Dean la
observó como si fuera dinamita emocional.
—¿Y qué
pasa si la tomai?
—Ves lo
que de verdad tenís adentro.
Sin filtro. Sin mentiras.
Sin mayonesa pa' tapar la pena.
Jack se
abrazó a sí mismo.
—Estoy
nervioso.
Castiel
ya tenía el vaso en la mano.
—Yo nací
sin filtro.
Sam lo
pensó más.
Dean lo agarró y dijo:
—Si hay
que tomársela… nos la tomamos todos.
Y lo
hicieron. Uno a uno.
El primer sorbo.
Y la verdad... estalló.
Dean apareció frente a sí mismo… pero
más viejo.
Tenía una fonda propia, una parrilla con nombre: “El Bajón de Dean”.
Y sonreía.
—Siempre pensaste que eras solo un cazador. Pero en el fondo… solo querías
quedarte. Asar. Cuidar.
Dean dejó caer una lágrima. No supo si era de emoción o de ají.
Sam se vio leyendo bajo una carpa de
completo. A su alrededor, cabros curados anotaban recetas sagradas mientras él
recitaba el Libro del Choripán Cuántico.
—Siempre fuiste el sabio. Pero el bajón también necesita líderes… no solo
cerebros.
Castiel vio su reflejo en una piscola.
Se convertía en mesero celestial, sirviendo tragos que revelaban verdades.
—No solo eres un guerrero. Eres quien trae claridad a la caña existencial.
El hielo le habló en enoquiano. Castiel sonrió.
Jack se vio abrazando una sopaipilla
gigante que lloraba de felicidad.
—Tu pureza no está en no fallar, sino en tener hambre de bondad.
La sopaipilla le dijo: “Yo creo en ti, mijito.”
La Tía
observó en silencio. Luego habló:
—Ya están
listos.
Dean
respiró hondo.
—¿Listos
pa’ qué?
—Pa’
recuperar el Cevasco, po’ hueón.
El Gato Corrupto ya sabe que encendieron la parrilla.
Lucifer ya activó sus salchipapas del juicio final.
Pero ustedes… ustedes tienen lo más poderoso de todo:
Saben lo
que llevan adentro.
Y tienen bajón verdadero.
La Tía
les dio una caja envuelta en servilletas con símbolos antiguos.
—Aquí
está la Mechada de la Última Esperanza. Usenla bien.
Y si se sienten perdidos… tómense otra piscola. Pero no de estas.
De las normales.
Con hielo, con cariño y con caña compartida.
El grupo
caminó en silencio por los cerros de Viña, mientras el cielo se teñía de rojo
como sopaipilla recién frita.
La
parrilla mística brillaba desde lejos.
Y el
Cevasco...
El verdadero Cevasco...
Esperaba ser liberado.
Narrador (muy lejano, como despertando con
caña):
“La fonda
está lista.
La guerra se viene.
Y cuando el bajón habla...
No hay demonio que no se cague de miedo.”
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