Capítulo 1: Llegaron Justito pa’l Bajón

 El Sueño de la Caña Astral

 

 Narrador (voz rasposa, con tono de bajón eterno y sabiduría de curado poeta):

“Dicen que cuando el universo se pone inquieto, no tiembla, no grita... sino que susurra.
Y lo hace en lengua de pebre, con olor a piscola y sonido de micro frenando en bajada.
Fue así como el destino les habló a los Winchester.
No con trompetas celestiales… sino con un gato gordo, acostado en un sofá etéreo, y una advertencia con sabor a completo.”

1

Todo era difuso, medio pegote. El aire olía a mayo fresca, cebolla recién cortada y pan calentito. Un cerro de sopaipillas flotaba en el vacío, rodeado de botellas de Kem Piña y luces de neón que formaban la palabra "BAJÓN".

Dean Winchester abrió los ojos.

—…No estoy borracho —dijo, con tono dudoso, mirando sus pies descalzos apoyados en una superficie de empanada hojaldrada.

A su lado apareció Sam, polera blanca, cara de confusión y un trozo de vienesa pegado al hombro.

—¿Dean? ¿Estoy… soñando esto contigo?

—Esto no es un sueño cualquiera, hermano. Esto huele a destino. Y a ketchup… raro.

Desde el cielo bajó una niebla con olor a fritura y sabiduría. Un sofá cósmico descendió lentamente, sostenido por cuatro tenedores gigantes. Sobre él, envuelto en una manta de franela con estampado de parrilla celestial, estaba el Gato Profeta.

Pelaje naranjo chispeante, panza al aire, un solo ojo abierto y brillando con luz sagrada. Su ronroneo sonaba como bombo de cumbia tocado con devoción.

Los miró. Sin moverse. Como quien juzga a un cabro chico que botó el pebre.

 “Hermano...”

Dean tragó saliva. Sam sostuvo su termo de mate astral con fuerza.

 “El completo cósmico del Cevasco está en peligro.”

 “Y la caña astral… se viene brígida.”

El universo tembló. Un completo flotó detrás del Gato, girando en el vacío. La mayonesa caía como cascada de tiempo mal mezclado. Un pan mordido tiritaba en el horizonte.

—¡No puede ser! —gritó Dean—. ¡El Cevasco es sagrado!

—¿Qué significa eso? ¿Una profecía? ¿Un portal? —balbuceó Sam, mirando su carta del tarot flotante: era el "Dios del Choripán" invertido.

El Gato se incorporó con lentitud felina. Se lamió una pata, se sacudió la cola, y los miró fijo.

 “Prepárense… porque en Valpo, hasta las piscolas tienen secretos.”

Y sin decir más, desapareció entre una nube de croquetas. El sofá se desintegró. El universo se contrajo.

2

Dean se sentó de golpe en el asiento del conductor, transpirando como si hubiera corrido una maratón con guatita llena.

—¡Sammy! ¿Soñaste lo mismo?

Sam, desde el asiento de copiloto, ya estaba despierto, escribiendo en su cuaderno de runas con letra nerviosa.

—Sí. El Gato. El completo. La caña astral. Todo. Esto no fue una volá de almuerzo pesado. Es un llamado. Una alerta interdimensional. Esto es…

—Es personal —interrumpió Dean, con la voz grave—. Nadie toca el Cevasco.

Jack, con la cara aplastada contra el vidrio, murmuró dormido:

—Yo soñé con empanadas que me cantaban…

Castiel, sentado al medio con cara de eterno desconcierto, giró su cabeza lentamente.

—¿Qué es un… Cevasco?

Dean y Sam se miraron con gravedad ancestral.

—Es... —dijo Dean— la última línea de defensa entre el orden cósmico y la longaniza poseída. Es el lugar donde el pebre encuentra su propósito.

Sam asintió, como si hablara del Templo de Angkor Wat.

—Y si el Gato Profeta lo vio en peligro… entonces vamos al epicentro. A Valpo.

El motor rugió. La radio del auto (poseída por el espíritu de un DJ de Radio Corazón) comenzó a sonar sola.
“El galeon español ” empezó a sonar con fuerza, y el mundo alrededor se transformó en una galaxia de pan amasado y luces de feria.

Dean apretó el volante.

—¡Sujétense, cabros! ¡Vamoh a la fonda del destino!

Y el Impala Cuántico atravesó la membrana del multiverso con olor a choripán.

 

 Narrador (voz emocionada, como tío contando anécdota curá en Año Nuevo):

“Así partió el viaje. No con disparos, ni rituales, ni sellos bíblicos... sino con una visión de completo, un ronroneo cósmico y un llamado que solo el bajón profundo puede comprender.
Y cuando el Gato Profeta habla… hasta el infierno se queda callao.”

3

 Narrador (con voz como de tío sabio que se quedó dormido en la mesa con un vaso de pipeño en la mano):

“Antes de tocar tierra firme, uno siempre pasa por un limbo.
El espacio entre el carrete y la caña.
El pasillo entre el sueño y la realidad.
El punto exacto donde la piscola aún pega… pero ya no cura.
Y ahí llegaron ellos. A la parada del bajón latente.
Un lugar que no está en ningún mapa, pero que todos han pisado después de un completo a las cuatro de la mañana.”

 

El Impala Cuántico salió del túnel astral como si hubiera atravesado un pedazo de pan de molde. El aire se volvió espeso, con olor a sopaipilla vieja y incienso de feria. Estaban en una calle de adoquines flotantes, con faroles que titilaban como ojos con sueño.

A un costado, un letrero decía:
“Bienvenido a La Picá Suspendida – Aquí no hay cambio, sólo transición.”

Jack fue el primero en hablar:

—¡Wooo! ¿Dónde estamos? ¿Esto es Chile?

Castiel se asomó por la ventana con ojos entrecerrados. Miró un kiosko flotante donde vendían empanadas que levitaban suavemente sobre una bandeja dorada. Un perro dormía en el aire.

—Esto... no es Chile. Es un umbral.

Sam, aún procesando el sueño del Gato Profeta, miró el entorno con atención.

—Esto es una especie de… peaje metafísico. Un filtro de realidades. Un... mall del alma.

Dean frunció el ceño.

—No me gusta. Huele a completo vencido y promesas rotas.


Una viejita con delantal floreado, ojos nublados y voz de señora que cobra caro por sopaipillas, se acercó al auto caminando como si pisara agua.

—Niñitos… —dijo, con tono críptico—. ¿Van pa’l Cevasco?

Dean bajó el vidrio con desconfianza.

—¿Y a usted qué le importa?

—Todo el que pasa por aquí busca algo. Ustedes... buscan salvar el bajón, ¿cierto?

Jack se inclinó hacia la ventana.

—¿Usted es como… una profetisa?

La señora sonrió, mostrando dientes con forma de empanadita.

—No, mijo. Soy la guardiana del picoteo transdimensional. Vendo consejos, sopaipillas, y direcciones con doble sentido.

Sacó una bandejita con una sopaipilla que brillaba tenuemente y un vasito con piscola. Los ojos de Castiel se encendieron.

—Eso... eso es energía pura.

—Esto es merienda de tránsito. Les ayudará a ver la verdad cuando lleguen a Chile. Pero... cuidado. No todos los completos son lo que parecen. A veces, la mayonesa miente.

Mientras hablaba, un viento cruzó la calle. Se detuvo todo por un segundo. Hasta el perro que flotaba. En el aire se escuchó un maullido largo y profundo... pero no era del Gato Profeta.

Era más grave. Más... áspero. Con un tono raro. Torcido.

Dean se bajó del auto al tiro.

—¿Escucharon eso?

Sam asintió.

—No era él.

Jack se encogió.

—Me dio frío en la croqueta.

Castiel miró hacia el fondo del callejón de adoquines suspendidos. Vio una sombra con cola larga, cuerpo agazapado y un ojo rojo encendido entre la niebla.
Pero parpadeó... y ya no estaba.

 

 La señora volvió a hablar, más bajito:

—Cuiden su bajón, cabros. No dejen que se contamine. Porque si uno se traiciona en el hambre… el alma se va con él.

Les entregó una servilleta. En ella, escrito a mano con mostaza:
“El Cevasco los espera. Pero no están solos.”

Dean arrancó el motor. Nadie dijo nada durante un rato. Solo la radio, que empezó a sonar con una versión instrumental de “El Galeón Español” tocada en flauta cósmica.

—¿Qué cresta fue eso? —dijo Dean finalmente.

—Una advertencia —respondió Sam—. Como dijo el Gato Profeta… la caña se viene brígida.

Jack susurró desde atrás:

—¿Puede uno caerse... en el alma?

Castiel lo miró con ternura.

—Solo si no hay sopaipilla cerca, Jack.

 Narrador (como bajando la voz, entre trago y trago):

“Y así, los Winchester pasaron por la Picá Suspendida.
No era Chile aún. Pero era una señal.
El universo no los iba a dejar llegar sin tirarles una advertencia.
Porque cuando el bajón se rompe...
Hasta el Gato puede corromperse.”

4

 Narrador (voz bajada de tono, como de bajón post-empanada, pero aún con picardía):

“Dicen que uno nunca llega donde quiere, sino donde debe.
Pero cuando estay con caña del alma y el hambre aprieta hasta los recuerdos…
Llegar al lugar equivocado es como morder un completo sin vienesa: decepción pura.
Y eso fue justo lo que les pasó a estos cabros…”

 

 Llegada a Valparaíso – 06:33 a.m.

El Impala Cuántico aterrizó en medio de una calle empinada, con el freno chillando como gato enojado.
Se apagó el motor. Unos volantines caídos giraban por el suelo como augurios medio flaites. El cielo estaba color sopaipilla con smog. El aire… sabía a mayo.

Dean bajó primero. Se agachó, tocó el pavimento. Olfateó.

—Huele a... algo sagrado. ¡Estamos cerca!

Jack se bajó segundo, cubierto en migas de pan.

—¡Es hermoso! ¡Mira ese mural! ¿Ese es… Jesús comiendo una marraqueta?

—No —dijo Sam—. Es Violeta Parra. Pero sí, también parece Jesús.

Castiel miró hacia el puerto. A lo lejos, un barco viejo tenía grafitis con símbolos arameos y la frase “LONGANIZA O MUERTE”.

—Este lugar está… cargado. Pero no mal.

Dean se paró frente a un kiosko abandonado, lleno de papeles pegados con eslóganes como “CEVASCO ES PATRIMONIO”, “NO AL STARBUCKS CUÁNTICO”, y “¡DÓNDE ESTÁN LAS VIENESAS, CTM!”

—Este… este tiene que ser el lugar.

Sam cerró los ojos, respiró profundo, y dijo:

—No. Esto no es el Cevasco.

—¿¡Qué!? —Dean se giró con una mirada de “te estai hueviando”.

—El aire no vibra igual. Hay bajón… sí. Pero es caótico, sin eje. No hay estructura mística. Esto es… precursor. Un eco. Un teaser del bajón real.

Jack lamió una pared (nadie le dijo que no). Se estremeció.

—Este lugar está rico… pero incompleto.

 

Castiel alzó la mano, tocó el aire, y su aura azul empezó a brillar.

—Hay algo… al otro lado del mar. Un lugar donde las longanizas cantan, y la mayonesa se sirve con fe.
—Ese… ese es el Cevasco real.

Sam abre su mapa astral, traza una línea entre los puestos de completos y los portales místicos detectados por su Tarot de la Verdá™.
La línea forma una flecha directa hacia… Viña del Mar.

—Estamos a 20 minutos de distancia —dijo Sam, serio—. El Cevasco… está en Viña.

Dean se quedó callado. Miró el suelo. Se sacó la chaqueta. Respiró hondo.

—Recorrimos el multiverso… cruzamos portales de sopaipilla… sobrevivimos a un sueño con un gato que hablaba de caña astral…
¿Y me estái diciendo que la hueá queda en Viña?

Castiel puso una mano en su hombro.

—Viña... no es tan mala.

Dean lo miró como si acabara de decir "la piscola se toma con Coca-Cola Zero".

Desde un callejón lleno de aromas desconocidos, apareció el Profeta. Esta vez, sin vaso en la mano. Solo con una servilleta escrita a mano.

—Cabros... Valpo era solo el entremés. El bajón verdadero espera en Viña.
Y allá… ya empezaron a tocar la receta del completo cósmico.

El grupo se miró.

Jack trajo pan. Castiel cargó su energía. Sam afiló su cuarzo. Dean respiró hondo y dijo:

—Entonces vamo’ no más.

Narrador (con tono de cierre, como después del último sorbo de piscola tibia):

“Y así terminó su primer día.
No con respuestas, sino con más hambre.
El Cevasco estaba más lejos de lo que pensaban.
Pero también más cerca de sus corazones.
Porque cuando el bajón es verdadero… el alma lo sabe.”

 

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